La inspectora Petra Delicado se ve obligada a visitar un centro comercial: los policías también comen. En un descuido alguien le roba el bolso. Alza la vista y descubre a una niña huyendo a toda prisa. La persigue, pero antes de darle alcance, la pequeña tira el bolso y escapa definitivamente. Ansiosa, Petra rebusca entre sus pertenencias; todo está en su sitio: el dinero, la documentación… sólo ha desaparecido su pistola. El pánico se apodera de la inspectora. ¿Para qué quiere un arma aquella niña de apenas diez años?
Se inicia una investigación contando con una única testigo del robo: otra menor. La resolución de este caso aparentemente absurdo cambiará incluso la vida personal de Petra Delicado.
En este nuevo caso de la famosa detective se demuestra que, al igual que la ciudad de Barcelona, la protagonista puede ser fría y funcional, o frágil y vulnerable al mismo tiempo.
Alicia Giménez Bartlett
Nido vacío
Petra Delicado - 7
ePub r1. 1
Titivillus 24. 03. 16
Alicia Giménez Bartlett, 2007
Editor digital: Titivillus
ePub base r1. 2
CAPÍTULO PRIMERO
Un centro comercial no es el sueño de mi vida para pasar las tardes de sábado. Pero en fin, ¿quién piensa en sueños cuando las necesidades diarias se imponen, es decir, siempre? Luego recapacité, anticiparía en dos horas el final de mi horario de trabajo y así podría comprar. Hice una lista con todo lo que necesitaba y me quedé bastante sorprendida. Calcetines de gimnasia, disquetes de ordenador, bombillas, arroz integral, el último libro de Philip Roth y bayetas para el polvo. Ni habiéndolo pensado a propósito podría haber elaborado un muestrario más heterogéneo.
Debo de ser mujer de exigencias variadas, lo cual me obligaba a visitar un centro comercial, único lugar del mundo donde coexiste lo absurdo sin que a nadie le extrañe.El que escogí no está demasiado lejos de mi casa. Me armé de paciencia y valor, también de tarjeta de crédito, y acudí al templo del consumo jurándome a mí misma que no invocaría a todos los demonios como suelo hacer en semejantes casos. Y bien, los buenos propósitos que se fundamentan en nuestro autoconocimiento, siempre incierto, tienen pocas probabilidades de cumplirse. Aun así, lo intenté. Aparqué mi coche en uno de los múltiples e inmensos sótanos destinados a tal fin, y busqué un distintivo de letra, número o color que me indicara el lugar elegido para no perderme después. Pero no, ni letras ni números, ninguno de esos procedimientos simples estaba a la vista. En seguida comprendí que a algún diseñador descerebrado se le había ocurrido la genial idea de sustituir todos esos signos de uso normal por dibujos de animales. Cierto, a mi zona de aparcamiento le correspondía un leoncito edulcorado a lo Disney que sonreía con cara de pederasta. Más allá descubrí un hipopótamo coquetón, y andando un poco se extendía el área de los canguros. ¡Dios!, el proceso de infantilización de nuestra sociedad era imparable, ya no había nada que hacer. Ser adulto costaba cada vez más en ese marco de guiños encantadores. Recapacité y me impuse calma. Ir de compras estaba considerado por casi todo el mundo como una actividad placentera y lúdica; no tenía por qué ser diferente para mí. Tomé la escalera mecánica y ascendí hasta los pisos comerciales.