La jueza Lola MacHor, durante un congreso en Barcelona, recibe en su hotel un manuscrito en el que un individuo, que se hace llamar Rodrigo, le hace partícipe de su macabro experimento: cometer una serie de asesinatos para poner a prueba su cordura.
Lo que parecía una broma de mal gusto, pronto se traduce en un juego mortal al descubrir el rastro de una oleada de crímenes, metódicamente ejecutados, a lo largo y ancho del globo.
Con la ayuda de su marido y del inspector Iturri, MacHor se enfrentará a uno de los casos más insólitos y complejos de su carrera: detener a Rodrigo sin disponer apenas de ninguna pista sobre su identidad.
Reyes Calderón
El último paciente del doctor Wilson
Colección Lola MacHor y Juan Iturri - 4
ePUB v1. 2
Enylu 30. 12. 11
440 páginas
Fecha de publicación: 27/07/2010
ISBN: 978-84-08-09704-4
Código: 10000481
Colección: Autores Españoles e Iberoamericanos
Prólogo
Había algo extraño en aquel atardecer, algo fuera de lo común, completamente extraordinario. Lo notaba en el color de la brisa y en los gritos de la luna. Y en la brusca forma en que el sol penetraba el horizonte y se derramaba naranja sobre el mar. Pero la advertencia más aguda venía de sus propias carnes: tenía frío. Un frío intruso, insólito. La jornada, tórrida, típicamente agostiza, moría dejando por herencia un calor sofocante. Sin embargo, los treinta y ocho grados, lejos de cortarle el aliento, le hacían temblar y estremecerse.
No le hicieron falta más pistas. No había margen para la duda: volvía a estar en la encrucijada. Sin dudarlo, volcó su cuerpo sobre el mapamundi desplegado. Tensó los músculos y cerró los ojos.
La voz de Maria Callas brotaba de los cuatro costados de la habitación.
—De acuerdo, lo haré —susurró.
Un chorro de pena procedente del altavoz cortó el aire y llenó la estancia: «¡Butterfly! ¡Butterfly! ¡Butterfly!» Al sentirlo, le atacó un nuevo estremecimiento. Resultó tan potente que le obligó a abrir los ojos. En ese preciso instante, la pátina naranja del mar elevó su intensidad; luego, como por ensalmo, murió. Permaneció extasiado contemplando aquella brusca despedida, la tristeza de Puccini hecha vida. Fue entonces cuando sintió la reconvención de su conciencia: «No es tiempo de escrúpulos: necesitas tomar prestada una nueva vida. »
Era cierto. Debía ser fuerte. Apretó los párpados, colocó el índice sobre el mapa y permitió que el azar lo gobernara. Como una prolongación del destino, el dedo reptó entre aquel sembrado de ciudades, pueblos, países y océanos, unidos por líneas de colores. Se desplazaba deprisa, caóticamente; izquierda-derecha, norte-sur, arriba-abajo, y cruzando. Finalmente, se detuvo. El hombre se apresuró a abrir los ojos y a clavarlos en el mapa. «Mar Mediterráneo», rezaba el cuadro inferior, en letra bastardilla. Buscó con la vista el puerto más cercano. «Barcelona», leyó. Conocía el lugar: era simplemente perfecto. Sonrió pletórico: el azar acababa de elegir el escenario que habría de auparle hasta la cima de la historia.